Aquest setmana a Opinió L’Eugenio Asensio ens parla de: “¿La democracia era eso?”

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Me pregunto si es posible un concepto en el que se entremezclen las ideas y los prejuicios, algo así, permítanme el sintagma, un racismo ideológico. No estoy pensando en extremos penalizados por la ley, verbigracia, el fascismo o el estalinismo y sus respectivos universos, entre otras manifestaciones dictatoriales, sino en ideas asumidas por los países de referencia democrática. Concretemos la cuestión, ¿existe un racismo ideológico?

Si en su discurso, un líder político, en vez de seducir al electorado con propuestas inteligentes, concentra sus argumentos en decir que es de izquierdas, de derechas o de centro, ¿hemos de entregarle nuestro voto sin más exigencias? A estas alturas, ¿no es, cuando menos, una simplificación excesiva?

Hay quien dice que ese desprecio hacia quien no piense igual que nosotros, moviéndonos siempre en el terreno de la ley democrática, se llama sectarismo, lo cual es sinónimo de fanatismo y de intolerancia. Que nadie se engañe, en ocasiones tendremos que reprimir algo más que pensamientos para no caer en la trampa; si así sucede, habremos superado la prueba. Recuerdo que cuando estrenamos democracia, cuando se comprendió que habría que convivir con el que no pensase igual que nosotros, se decía que quien no aceptase al otro, ese no era un demócrata. Era un verdadero aforismo, un axioma que encerraba una gran realidad y, además, un ejercicio de contención. Veníamos de donde veníamos y nos quedaba en el ADN lo que nos quedaba. Y volvemos a las preguntas, ¿cómo se encuentra en nuestros días nuestro ADN?, ¿está libre de prejuicios? Si leo que cierto intérprete, al que suelo acudir para ilustrar a mis alumnos sobre cierta etapa de la poesía española, dice que no actuará en los municipios donde gobierne determinado partido, ¿se está aceptando al que piensa de forma diferente? Si con el dimoni se pretende quemar la imagen de un concejal arropado de simbología trasnochada, ¿es una forma limpia de seducir al electorado? Si en el proyecto de una constitución catalana, no consta también el castellano como lengua oficial, ¿no revela una obcecación absurda?

No, la democracia no era eso. En algún momento tendremos que entender que un ciudadano no puede tener su democracia, sino que la democracia es de talla única y compartida; eso sí, siempre será perfectible. Vale.

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