Aquesta setmana a Opinió l’Eugenio Asensio ens parla de: ” Los palmeros”

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Me permitiré aconsejar a todos aquellos que en su planificación profesional aspiren a alcanzar las más altas cumbres; y para que nadie se sienta discriminado, también me dirigiré a quienes, como yo, no pretendan más que sobrevivir dignamente. El consejo: ponga en su vida un palmero, y si su carisma se lo permite, todos los que pueda. Al salir de trabajar, en la misma puerta, que un corro de palmeros reconozca su esfuerzo diario. Cuando vuelva a casa, después de practicar deporte, qué mayor satisfacción que el oír las aclamaciones que valorarán su arrojo por creer en la utopía de mantenerse en forma. ¿Qué me dirán de esos aplausos después de sus relaciones más íntimas? ¿Y de aquellos que pagarán su sonrisa pícara o los guiños inteligentes?; pues aunque estos no lo fueran, al ritmo de las palmas acabarán siéndolo. Con el repique, los pensamientos serán infalibles y se grabarán en la memoria de quienes aplaudan. Rodeados de aplausos ascenderemos por el monte que nos permita ver empequeñecidos a los demás. Si las palmas son cadenciosas y estridentes, prepárense, porque empezará a verse iluminado e, incluso, a poco que se lo proponga levitará sobre las aguas más turbulentas. Las palmas alimentan, son el maná de los elegidos, y su borrachera nos aporta valor para emprender lo inédito, pues los laureles nos convierten en únicos en la historia, en elegidos para abrir los mares y las sendas que hasta el momento nadie tuvo las agallas de intentarlo. Arrastrados por el torbellino de las ovaciones, avanzaremos sobre la senda que creemos haber abierto, la recorreremos con una sonrisa hasta que nos quedemos con un pie sobre el abismo, y será entonces cuando se intensificarán los aplausos, alentándonos a continuar. Será entonces cuando nos giraremos, posiblemente, queriendo ser un palmero más.

dos aquellos que en su planificación profesional aspiren a alcanzar las más altas cumbres; y para que nadie se sienta discriminado, también me dirigiré a quienes, como yo, no pretendan más que sobrevivir dignamente. El consejo: ponga en su vida un palmero, y si su carisma se lo permite, todos los que pueda. Al salir de trabajar, en la misma puerta, que un corro de palmeros reconozca su esfuerzo diario. Cuando vuelva a casa, después de practicar deporte, qué mayor satisfacción que el oír las aclamaciones que valorarán su arrojo por creer en la utopía de mantenerse en forma. ¿Qué me dirán de esos aplausos después de sus relaciones más íntimas? ¿Y de aquellos que pagarán su sonrisa pícara o los guiños inteligentes?; pues aunque estos no lo fueran, al ritmo de las palmas acabarán siéndolo. Con el repique, los pensamientos serán infalibles y se grabarán en la memoria de quienes aplaudan. Rodeados de aplausos ascenderemos por el monte que nos permita ver empequeñecidos a los demás. Si las palmas son cadenciosas y estridentes, prepárense, porque empezará a verse iluminado e, incluso, a poco que se lo proponga levitará sobre las aguas más turbulentas. Las palmas alimentan, son el maná de los elegidos, y su borrachera nos aporta valor para emprender lo inédito, pues los laureles nos convierten en únicos en la historia, en elegidos para abrir los mares y las sendas que hasta el momento nadie tuvo las agallas de intentarlo. Arrastrados por el torbellino de las ovaciones, avanzaremos sobre la senda que creemos haber abierto, la recorreremos con una sonrisa hasta que nos quedemos con un pie sobre el abismo, y será entonces cuando se intensificarán los aplausos, alentándonos a continuar. Será entonces cuando nos giraremos, posiblemente, queriendo ser un palmero más.

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