En 1988, Calafell nombró persona non grata a Albert Boadella, a Javier Gurruchaga y a Els Joglars. El consistorio contó con los votos de CIU, de AP y la abstención de los socialistas. El delito no fue otro que haber cocinado un esketch televisivo, avanzándose al más puro est i lo Polonia (pero con mucha más valentía), donde se frivolizaba con los iconos más sagrados de la mitología catalana, como el Barça, la Moreneta y el gran santón, Jordi Pujol. Entrados en 2004, tras una entrevista en TV3 a Javier Gurruchaga, el consistorio de Calafell, con el mismo alcalde, decidió retirar tan honorífico título a los susodichos, con lo cual creó tal malestar entre Els Joglars, que los llevó a manifestarse en contra con una carta que se cerraba así: «Hagan el favor de aguantar el cirio dignamente. Por lo menos, nosotros, con su permiso o sin él, seguiremos llevando de por vida la denominación “personas non gratas” de Calafel l». Rectificar es de sabios, pero la rectificación no brota de forma natural, sino que es la consecuencia del análisis. Otro caso de declaración de persona non grata es el del rey Felipe VI, declarado así en los municipios de Breda, Arenys de Munt, Torelló y Premià de Mar; declaración sin validez jurídica. Y cerrando el escrito nos encontramos con el exmolt honorable Jordi Pujol, cuyo aliento a más de uno condujo hasta el cielo, pero allí, finalmente, no le dejaron entrar. Jordi Pujol fue nombrado hijo adoptivo de Premià de Dalt, además de concedérsele plaza con estatua incluida. Tras la votación en enero 2016, los votos de CIU y de ERC impidieron que el expresident perdiera el reconocimiento de hijo adoptivo; y sobre la estatua, unos desconocidos la derribaron. En fin, la santa sombra de Jordi Pujol es tremendamente alargada.