La migraña es una de las enfermedades más prevalentes e incapacitantes del mundo. De hecho, la OMS la considera como la principal causa de discapacidad entre los 15 y los 49 años, y la segunda causa en lo que se refiere a actividades en la vida diaria de las personas. Quien la tiene de forma crónica la sufre, como mínimo, 15 o más días al mes durante un mínimo de 3 meses, algo que incapacita mucho más que quien la tiene de forma episódica.
Aunque la fisiopatología de la migraña todavía no está plenamente comprendida, se sabe que en su generación están implicadas diferentes estructuras cerebrales. Entre ellas, uno de los núcleos del tronco encefálico que se llama sustancia gris periacueductal. Ésta está formada por un conjunto de neuronas que, cuando no están alteradas, permiten la modulación del dolor y otros estímulos sensoriales.
Por otra parte, el diagnóstico preciso de la migraña, especialmente en la crónica, puede ser dificultoso, ya que los pacientes pueden sufrir un dolor de cabeza inespecífico que puede conducir a errar en el diagnóstico. Por eso, encontrar biomarcadores de migraña ayudaría no sólo a mejorar el conocimiento de la enfermedad, sino que también podría ayudar a establecer el diagnóstico y a predecir su progresión y respuesta a una terapia.
